Como decía en Facebook, tengo la sensación de que estamos viviendo uno de los momentos más importantes de la historia reciente como meros espectadores. La crisis mundial, los cambios que ha originado o las revelaciones de Wikileaks deberían movilizar a buena parte de la sociedad por la defensa del llamado estado de bienestar y la democracia. Pero, como ya sabemos, nuestra capacidad de revelarnos y participar activamente es inversamente proporcional a las pulgadas de nuestra fabulosa televisión plana o al número de puntos de Barça o Real Madrid. Al final, la responsabilidad última es nuestra.

Todo esto está sirviendo, al menos, para descubrir el verdadero rostro de los protagonistas de estos momentos:

Los gobiernos democráticos, que no son más que marionetas de los mercados o de sus propios intereses, y que no dudan en saltarse todos los principios con los que se llenan la boca en cuento los ven peligrar. El caso de España es especialmente sangrante porque tenemos un gobierno que se denomina de izquierdas ¡ja!

Los mercados y las empresas, que nos llevan a una espiral de autodestrucción con tal de llenarse de poder y dinero a corto-medio plazo. Y a un nivel más terrenal, que empresas como Visa, Mastercard o Twitter se plieguen inmediatamente a las peticiones del gobierno de EE.UU. saltándose la presunción de inocencia, no sorprende pero escandaliza igualmente.

A la prensa se le tendría que caer la cara de vergüenza; por no cuestionar nada, por perder cualquier atisbo de credibilidad, por someterse al beneficio de las anteriores y porque tenga que ser Wikileaks quién haga su trabajo. Lo de los telediarios de TVE es increíble: en los dos últimos días -incluyendo la detención de Julian Assange- han utilizado reportajes que no llegaban a los 2 minutos y los han emitido a los 18-20 minutos de emisión, después de informaciones mucho menos relevantes.

Lo peor es la sensación de impotencia y la casi certeza de que todo seguirá como siempre.