A mi padre le encantaba rodearse de gente, especialmente de su familia. Lo sabía por su insistencia en que no faltásemos a las reuniones familiar, o por los comentarios de mi madre, más que por su efusividad durante estos encuentros. Nos costaba comunicarnos a causa de un extraño tipo de respeto mutuo al que no le encuentro explicación. Siempre fui consciente de ello porque, como él, lo sufrí hasta el último día.
Por eso no tengo una foto en la que sea el protagonista y que, estéticamente, me guste o le haga justicia. Nunca tuve valor para pedirle que posara para mí. Me entristece escribir una frase así porque muestra una situación anómala en todos los sentidos. Estoy seguro que ninguno de vosotros necesita valor para hablar con su padre. No encuentro una explicación, ni una causa, ni un punto de inflexión. Pensar que, simplemente, éramos así, me apena aún más.
Ahora solo puedo acudir a él en mis recuerdos, a los que tengo en mi maltrecha memoria; Me gustaría tener muchas más fotografías suyas para recordar momentos que no fueron o para mantener los reales a salvo de la degradación del tiempo.
He seleccionado esta foto porque es de las pocas en las que posa para mí. Sé que no es una gran imagen, pero muestra a mi padre como era: alguien bueno y afable, a quien le encantaba que la familia se congregase en su patio, aunque él se mantuviese en un segundo plano.
Me ha costado casi un año terminar esta entrada porque me daba miedo enfrentarme a mis sentimientos; porque estaba seguro de que no encontraría las palabras para expresarlos como me gustaría y como él se merecería. Ojalá tuviese una imagen que valiese por mil palabras, pero solo tengo esta. Me basta con que equivalga a tres: Te quiero y gracias.
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