Creo que estoy empezando a desarrollar una obsesión por el tratamiento del color en mi fotografía. Lamentablemente, no se origina en un análisis artístico-conceptual a partir de la obra de Pérez Siquier, Eggleston o Leiter, sino en aspectos técnicos, algunos de los cuales ya he tratado en instantes.net.
Por un lado tengo la necesidad de saber si estoy viendo los colores correctamente: calibración del monitor, del navegador web (que es por donde más fotografía consumo).
Por otro, me preocupa que las imágenes que produzco sean fieles a la realidad. Lo cual es una pregunta que lleva a muchas otras: las que surgen de la premisa inicial ¿He ajustado correctamente el equilibro de blancos? ¿Está mi cámara bien calibrada? ¿Me compro un ColorChecker..? y las van un poco más allá ¿Necesito esa fidelidad? ¿Para qué?
Intentando responder a las primeras me hago con tarjetas de color gris al 18%, elaboro comparativas entre distintas marcas, me desespero con la maldita «color science» (y más siendo usuario de la estigmatizada Sony) y me peleo con lo mal que gestiona mi cámara el equilibrio de blancos en algunas situaciones.
Cuando quiero contestar al segundo tipo de preguntas no encuentro respuestas, al menos no respuestas concluyentes.
Tu cámara maneja el color de una manera particular (por ejemplo, los famosos tonos de piel de Canon o los colores Fujifilm), también el software con el que se revelan las fotografías, el procesado que realizas con ellos… ¿No resulta (casi) imposible ser preciso en la reproducción de las tonalidades?
Pero es que ¿qué sentido tiene buscar la fidelidad si la fotografía -especialmente la de consumo mayoritario- reivindica unos colores resultantes de filtros de Instagram, de VSCO, de los presets y perfiles de Lightroom, de los estilos de Capture One, de LUTs, del look cinematográfico dopado de orange & teal…?
Es muy fácil, y hasta tentador, caer en esta tendencia o en cualquier otra que dicte la moda reinante, pero pienso que hacerlo es ponerle fecha de caducidad a las fotografías que hagamos. Vislumbro dos modos de actuar: optar por un estilo más atemporal, neutro (¿¡pero acaso existe!?) o desarrollar un estilo propio que nazca de uno mismo.
La respuesta parece tan obvia como difícil de materializar. Tengo claro qué tratamiento del color y de la luz me gustan, lo que podría ser un buen punto de partida para comenzar a construir un lenguaje propio, aunque siendo estos tan dispares ¿cómo se hace?
Y mientras intento solventar esta última cuestión, os dejo con algunas muestras de fotógrafos de los que admiro los colores que consiguen.
Marat Safin
Este esquivo fotógrafo ruso de tan tenístico nombre (¿pseudónimo?) se centra casi exclusivamente en desnudos. Lo hace desde un enfoque en el que renuncia al glamour por la cotidianeidad y el intimismo. En el tratamiento del color no tiene un estilo definido y reconocible. A mí me gusta particularmente cuando opta por unas tonalidades más frías y crudas, como las que ilustran estas imágenes.
Xenia Lau
Justo en el extremo opuesto está Xenia Lau. Sus cuidadísimos trabajos derrochan elegancia y buen gusto. Me fascina el uso que hace de los colores, especialmente como trata las pieles, tanto si elige un look más natural (como en la foto de Karina Kolokolchykova, por el que mataría para conseguirlo en mis imágenes) como si lo hace por algo más sofisticado. El maquillaje, el retoque y la luz convergen para deslumbrar.
Txema Salvans
Txema Salvans es uno de los mejores fotógrafos españoles. Su último trabajo «Perfect day» tiene fotografías tan increíbles como esta. Sus colores me transportan al Mediterráneo y casi me hacen sudar. Recoge esa luz deslumbrante que hay cerca del mar.
Akif Hakan Celebi
A Hakan Celebi lo sigo desde hace muchos años. Ahora quizá no me fasciné tanto su estilo, pero hubo un tiempo en el que era un referente para mí. Incluso en un curso al que asistía pedí ayuda al profesor y a mis compañeros para alcanzar esos colores tan característicos suyos (salió mal).
Heiderich y Akif comparten gamas cromáticas en muchas ocasiones, pero mientras que el primero opta por la (falsa) simplicidad y la definición de los colores y formas, el segundo se decanta por una ciudad muy orgánica, saturada y agobiante.
Nikita Teryoshin
Teryoshin acaba de ganar un World Press Photo por una de sus fotos. Pocos lo habrían aventurado cuando lo vieron por primera vez en un vídeo de los famosos Kai & Lok. Su arrolladora personalidad les convenció para que posaran saliendo de unos arbustos.
En una de sus manos siempre hay un flash para acompañar a la cámara, consiguiendo unas imágenes muy intensas y contrastadas. O te encantan o las odias. A mí ya saben lo que me parecen.
Joshua K. Jackson
Este fotógrafo británico es un portento de la fotografía de calle. Al margen (si es que se puede) de la composición y el uso de la luz, su búsqueda de los contrastes entre colores (qué bonitos sus rojos) y las texturas perfilan un estilo propio que debe mucho a Saul Leiter.
Niall McDiarmid
Otro británico -escocés en este caso- que tiene dota de aire clásico a sus imágenes. Sus «bodegones» juegan con la luz y los colores para crear un sentimiento de nostalgia. En el ejemplo, la fotografía podría ser parte de un cuadro de Hopper.
Por otro lado, en su reconocida serie de retratos percibo algo que describiría como realismo mágico. En esta foto del niño, los colores resultan naturales, nada estridentes y, sin embargo, dotan a la imagen de un halo etéreo que me fascina. Tampoco tengo ni idea de cómo consigue esa tridimensionalidad tan brutal. Parece que pudiese caminar hacia nosotros en cualquier momento.
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